Capítulo 4
La verdad
detrás de las palabras
La mañana en el Hogar de Pony amaneció tranquila, con el suave canto de los pájaros acompañando la luz dorada que bañaba los campos. Candy, después de su agitada noche, decidió comenzar el día con la misma energía que siempre la caracterizaba. No quería preocupar a la señorita Pony ni a la hermana Lane con su malestar emocional, especialmente ahora que tenían huéspedes tan importantes en casa.
Daniel y Miranda ya estaban
despiertos y sentados en la mesa, disfrutando de un sencillo desayuno preparado
con cariño por las cuidadoras del hogar. Candy, como siempre, irradiaba calidez
y amabilidad mientras les servía un poco más de té, intentando disimular el
leve cansancio en su rostro. A pesar de todo, algo en el ambiente se sentía diferente,
como si una sombra invisible envolviera la estancia.
—Espero que hayan descansado
bien —dijo Candy con una sonrisa ligera—. El día de hoy está perfecto para dar
un paseo por los alrededores. Tal vez quieran conocer un poco más de la
historia del Hogar de Pony.
Daniel y Miranda
intercambiaron miradas furtivas. Parecían nerviosos, como si estuvieran
constantemente al borde de decir algo, pero nunca se atrevieran. Candy, con su
sensibilidad habitual, notó esta tensión, pero decidió no presionar. Sabía que
el verdadero motivo de su visita aún estaba por revelarse, y que cualquier
conversación casual podría ser el preámbulo de algo mucho más profundo.
Después de desayunar, Candy
los llevó a dar un paseo por los jardines y los campos que rodeaban el orfanato.
El sol brillaba con fuerza, y el aire limpio parecía revitalizar tanto a los
periodistas como a Candy. Los niños del Hogar jugaban a lo lejos, sus risas
llenaban el ambiente con una alegría despreocupada que contrastaba con la
ansiedad latente en los dos jóvenes periodistas.
Finalmente, en un pequeño
claro rodeado de árboles, Daniel detuvo el paso, mirando fijamente a Candy.
Había algo en su expresión que parecía haber cambiado, como si estuviera
luchando consigo mismo para tomar una decisión importante.
—Candy, creo que es hora de
que te contemos la verdad —dijo Daniel, su voz sonaba ligeramente temblorosa —.
No podemos seguir ocultándolo más.
Candy lo miró con una mezcla
de curiosidad y preocupación. Miranda, por su parte, se mantenía en silencio,
pero su expresión confirmaba que lo que estaban a punto de decir no sería fácil
de escuchar.
—No somos sólo dos simples
escritores en busca de historias —continuó Daniel, evitando la mirada de Candy
mientras hablaba—. Somos periodistas... y estamos huyendo.
La confesión cayó como una
losa sobre Candy, que al principio no supo cómo reaccionar. El brillo en los
ojos de Daniel y Miranda había desaparecido, reemplazado por una sombra de
cansancio y miedo. Candy, instintivamente, dio un paso hacia ellos.
—¿Huyendo? —preguntó, su voz
suave, aunque inquieta—. ¿De quién? ¿Por qué?
Miranda fue la que tomó la
palabra esta vez. Su voz, normalmente calmada, ahora temblaba de emoción
contenida.
—Hemos estado cubriendo la
pandemia de la gripe española, algo que está completamente censurado en muchos
países, especialmente en aquellos que participaron en la guerra. Los gobiernos
no quieren que se sepa la magnitud real de la enfermedad, no quieren que la
gente entre en pánico. Nosotros... nosotros decidimos arriesgarlo todo para
contar la verdad.
Candy los escuchaba con
atención, sintiendo una mezcla de admiración y preocupación por ellos. Sabía
muy bien lo peligrosa que podía ser la censura, y lo que significaba
enfrentarse a autoridades que intentaban ocultar la verdad. Sin embargo, no
pudo evitar preguntarse por qué habían elegido el Hogar de Pony para
refugiarse.
—Nosotros publicamos un
informe —continuó Miranda—. Lo hicimos llegar a varios medios de prensa y...
las repercusiones fueron inmediatas. No sólo nos persiguen por traición, sino
que han puesto un precio a nuestras cabezas. Sabíamos que el único lugar seguro
sería uno lejos de la atención pública, y por eso acudimos a Albert. Él nos
ayudó a encontrar este lugar, creyendo que aquí estaríamos a salvo.
Candy permaneció en
silencio, procesando todo lo que acababa de escuchar. Albert siempre había sido
alguien dispuesto a ayudar a los demás, y no le sorprendía que hubiera ofrecido
su protección a Daniel y Miranda. Pero la gravedad de la situación era mucho mayor
de lo que había imaginado. Las autoridades los estaban buscando... y el Hogar
de Pony podría estar en peligro por ello.
—¿Y qué piensan hacer ahora?
—preguntó finalmente, con una mezcla de preocupación y empatía en la voz—. No
pueden quedarse escondidos para siempre.
Daniel soltó un suspiro
profundo, y por un momento, pareció más vulnerable de lo que Candy lo había
visto hasta entonces.
—No lo sabemos —admitió—.
Creímos que aquí estaríamos seguros por un tiempo, pero las cosas parecen estar
empeorando. No sólo por nosotros, sino por lo que está sucediendo en el resto
del mundo. La gripe se está extendiendo más rápido de lo que nadie había
previsto, y aunque hemos tratado de dar a conocer la verdad, parece que estamos
luchando contra una marea imparable.
Candy sintió un escalofrío
recorrer su espalda. Sabía lo devastadora que era la gripe española; había
visto los estragos que había causado entre los pacientes que había atendido.
Pero escuchar de primera mano lo que estaba sucediendo en el mundo, y saber que
Daniel y Miranda estaban dispuestos a arriesgar sus vidas para informar al
público, la hizo admirarlos aún más.
—Voy a ayudarles —dijo
Candy, con una determinación que sorprendió a ambos periodistas—. No sé cómo,
pero lo haré. Albert está en Italia, ¿verdad? —Los dos asintieron—. Entonces lo
encontraremos. Pero por ahora, deben quedarse aquí. Intentaremos mantenerlos a
salvo.
Daniel y Miranda se miraron
con gratitud, aunque la preocupación seguía en sus ojos. Sabían que no podían
quedarse para siempre, pero en ese momento, el ofrecimiento de Candy era el
único rayo de esperanza que tenían.
De regreso al Hogar, Candy
no podía dejar de pensar en las implicaciones de todo lo que había descubierto.
Sabía que la situación era peligrosa, tanto para los periodistas como para los
niños del orfanato. Pero, al mismo tiempo, no podía abandonar a Daniel y
Miranda a su suerte. Algo en su corazón le decía que debía ayudarlos, tal como
lo había hecho Albert con ella en el pasado.
Al anochecer, cuando todo
parecía en calma nuevamente, Candy se asomó por la ventana de su habitación,
mirando el vasto cielo estrellado. Sabía que el futuro era incierto, pero tenía
una certeza: no estaba sola en esta lucha. Y con Albert, los periodistas y su
propio coraje, enfrentaría lo que viniera.
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