Capítulo 7
El viaje hacia lo desconocido
El primer tren del día
avanzaba a través de paisajes rurales y verdes colinas, alejándose del Hogar de
Pony y llevando a Candy, Daniel y Miranda hacia Italia. El viaje era largo,
pero el silencio que reinaba entre ellos era pesado, como si las palabras no fueran
suficientes para expresar lo que cada uno sentía en su interior. A medida que
los kilómetros se sucedían, los pensamientos de Candy se agitaban.
Sentada junto a la ventana,
veía pasar los campos, las pequeñas casas y el reflejo de su propio rostro en el
cristal. Pensaba en Albert, en lo que debía estar enfrentando tan lejos de su
hogar, ayudando a combatir una pandemia devastadora. Sentía orgullo por él,
pero también preocupación. Albert siempre había sido alguien en quien podía
confiar, su figura paternal y protectora siempre la hacía sentir segura, pero
ahora él estaba inmerso en un mundo de caos y peligro.
A su lado, Miranda miraba
fijamente al horizonte, perdida en sus propios pensamientos. Daniel, en cambio,
parecía inquieto, jugueteando con el ala de su sombrero y mirando de vez en
cuando hacia Candy. Desde que habían compartido sus secretos, parecía más
cercano a ella, como si el hecho de revelar su verdad los hubiera unido de
alguna manera que ambos no podían explicar del todo.
Candy notó su mirada, y
cuando los ojos se encontraron, ambos sonrieron tímidamente. Fue un gesto
sutil, casi imperceptible, pero algo cálido se sintió en el ambiente. No era el
momento de pensar en nada más que en lo urgente: encontrar a Albert y obtener
respuestas. Pero, a pesar de la seriedad del viaje, había una leve chispa de
conexión entre ellos, una sensación de compañía que les daba fuerzas para
enfrentar lo que estaba por venir.
En
el compartimento, el sonido rítmico de las ruedas sobre los rieles acompañaba
el silencio reflexivo de los tres viajeros. Daniel hojeaba un pequeño cuaderno,
perdido en sus anotaciones, mientras Miranda observaba a través de la ventana,
absorta en sus pensamientos.
Candy,
por su parte, fijaba la mirada en el paisaje que pasaba rápidamente ante sus
ojos. Aunque el presente la llamaba con fuerza, su mente viajaba al pasado. Le
parecía increíble pensar en cuánto había cambiado su vida desde que llegó al
Hogar de Pony siendo una niña.
—¿En
qué piensas? —preguntó Miranda, rompiendo el silencio, al notar la expresión
distante de Candy.
Candy
sonrió ligeramente antes de responder.
—En
cómo todo comenzó... en el día en que fui adoptada y me separé de Annie.
Recuerdo lo mucho que lloré cuando el carruaje nos llevó por caminos parecidos
a estos. Tenía tanto miedo... pero la hermana Lane me dijo que cada final lleva
a un nuevo comienzo. En ese momento no entendí lo que quería decir, pero ahora
veo que tenía razón.
Miranda
dejó de mirar por la ventana y dirigió toda su atención a Candy.
—Y
ese nuevo comienzo te trajo hasta aquí, a ser quien eres ahora —dijo con una
calidez inesperada en su tono.
Daniel
levantó la vista de su cuaderno y miró a ambas mujeres con interés.
—Es
fascinante cómo los recuerdos nos moldean. Incluso los momentos más dolorosos
terminan construyendo algo en nosotros, aunque no siempre lo notemos de
inmediato. ¿Cómo era esa niña que lloraba en el carruaje?
Candy
rió suavemente, una risa que parecía contener tanto nostalgia como gratitud.
—Era
una niña testaruda, con un espíritu fuerte, aunque en ese momento no lo sabía.
Nunca habría imaginado todo lo que vendría después: los desafíos, las
despedidas, pero también las personas maravillosas que conocí... como Albert,
Terry... —Candy bajó la voz al pronunciar el nombre, dejando que una pausa se
instalara entre ellos.
Daniel
percibió la intensidad en sus palabras, pero no dijo nada, respetando el
momento. Miranda, en cambio, le ofreció una mirada comprensiva.
—Tal
vez este viaje sea otro de esos nuevos comienzos —aventuró Miranda, intentando
animarla.
Candy
asintió lentamente.
—Eso
espero. A veces siento que este viaje no es solo para ayudaros a vosotros, sino
para encontrar algo que me falta, aunque no estoy segura de qué es.
La
conversación quedó suspendida cuando el revisor llamó a la puerta del
compartimento, avisando que estaban cerca de su destino. El puerto se acercaba,
y con él, la siguiente etapa del viaje. Mientras recogían sus cosas, Daniel
observó a Candy con una mezcla de admiración y curiosidad.
—Puede
que este viaje te sorprenda más de lo que esperas —dijo con una leve sonrisa,
como si supiera algo que ella no.
Candy
no respondió, pero en su interior sintió que él tenía razón. Había algo en este
viaje que parecía diferente, como si el pasado y el presente se estuvieran
entrelazando para llevarla hacia un futuro inesperado.
Ya
en el barco que avanzaba majestuoso sobre las aguas tranquilas del Atlántico,
su silueta recortándose contra un horizonte infinito. Candy se apoyaba en la
barandilla del puente, dejando que el aire salado le acariciara el rostro.
Había algo liberador en ese momento: el cielo abierto, el vaivén constante de
las olas y la sensación de estar en un viaje que, aunque incierto, la llenaba
de esperanza.
—Es
impresionante, ¿verdad? —comentó Daniel, acercándose a su lado con las manos en
los bolsillos.
Candy
sonrió, sin apartar la mirada del horizonte.
—Sí,
siempre me ha fascinado el mar. Me recuerda que hay tanto por descubrir, tanto
más allá de lo que conocemos.
Daniel
asintió, aunque su mirada se desvió hacia Candy.
—Eres
como este océano, Candy. Tranquila en la superficie, pero con una profundidad
que no muchos pueden entender.
Candy
se sonrojó ligeramente, riendo para romper la seriedad del momento.
—No
exageres, Daniel. Solo soy alguien que intenta encontrar su lugar en este
mundo, como todos.
Mientras
hablaban, Miranda se unió a ellos, llevando consigo una libreta en la que había
estado escribiendo durante el trayecto.
—Espero
que estéis disfrutando de la tranquilidad, porque cuando lleguemos a tierra
firme, será un cambio de ritmo —bromeó, aunque en su voz había una nota de
alivio.
El
viaje en barco resultó ser una pausa inesperada en su camino, una oportunidad
para descansar de las tensiones acumuladas y para acercarse como compañeros de
viaje. Las largas conversaciones bajo las estrellas, los paseos por la cubierta
y las risas compartidas durante las comidas crearon un lazo que ninguno de
ellos había previsto.
Cuando
finalmente desembarcaron en Europa, una fresca brisa les dio la bienvenida. Sin
perder tiempo, tomaron el tren que los llevaría hacia Italia. El vagón era
pequeño pero acogedor, y el ritmo constante del tren parecía devolverlos a la
realidad después de los días tranquilos en el barco.
Candy,
sentada junto a la ventana, observaba cómo el paisaje iba cambiando. Las verdes
colinas y pequeños pueblos parecían salidos de un cuento, con sus techos de
tejas y campanarios que anunciaban la cercanía de Italia.
—Es
como estar en un sueño —dijo Miranda, rompiendo el silencio mientras miraba por
la ventana del otro lado.
Daniel
asintió, acomodándose en su asiento.
—Un
sueño que nos acerca cada vez más a nuestro destino. Aunque, si soy sincero, no
me importaría que este viaje durara un poco más.
Candy
se giró hacia él, con una sonrisa que parecía reflejar sus propios
sentimientos.
—A
veces, los viajes no se tratan solo de llegar, sino de lo que encontramos en el
camino.
Mientras
el tren continuaba su trayecto hacia Italia, los tres sintieron que, de alguna
manera, este viaje estaba cambiándolos. No sabían qué les esperaba al llegar,
pero había algo en esa tranquilidad que les daba fuerzas para lo que vendría.
El tren finalmente se detuvo
en una pequeña estación cerca de la frontera con Italia. El paisaje había
cambiado por completo; las montañas se alzaban imponentes, y el aire era aún
más frío. Candy descendió del tren con una mezcla de expectación y nerviosismo.
Sabía que Albert debía estar cerca, trabajando junto a médicos y enfermeros en
la lucha contra la pandemia.
—Estamos cerca —dijo Candy,
dirigiéndose a sus acompañantes, quienes asintieron con rostros serios.
Daniel, siempre observador,
se acercó a ella mientras caminaban hacia el campamento médico. Había algo en
su expresión que mostraba gratitud, pero también algo más, una especie de
admiración silenciosa.
—Gracias por todo lo que has
hecho —murmuró, sin mirarla directamente—. No todos habrían arriesgado tanto
por personas a las que apenas conocen.
Candy sonrió, mirando de
reojo a Daniel. Había algo en sus palabras que la tocó profundamente. No era
solo una muestra de agradecimiento, era una conexión que estaba creciendo entre
ellos, aunque ninguno lo dijera abiertamente.
—Siempre he querido ayudar a
quienes lo necesitan —respondió Candy suavemente—. No importa cuán difícil sea
la situación.
El silencio que siguió
estuvo cargado de significados no expresados, de pensamientos que ambos
guardaron para sí mismos mientras continuaban su camino hacia el campamento.
Cuando llegaron, la vista
fue impactante. Tiendas blancas se alzaban por todo el campo, y un constante
ajetreo de médicos, enfermeras y pacientes llenaba el lugar. El sonido de la
tos y el jadeo de los enfermos llegaba desde todas direcciones, creando un
ambiente sombrío y cargado de angustia.
—Esto es peor de lo que
imaginaba —dijo Miranda, observando el panorama con una expresión de horror.
Candy no tardó en buscar a
Albert entre la multitud, y su corazón dio un vuelco cuando lo vio, con su
inconfundible porte alto y su cabello rubio revuelto, dirigiendo a los médicos
con la seguridad y el carisma que siempre lo habían caracterizado.
—¡Albert! —gritó Candy,
corriendo hacia él.
Albert se giró, y cuando sus
ojos se encontraron, una expresión de alivio y sorpresa se formó en su rostro.
—¡Candy! —dijo, abriéndole
los brazos.
Candy corrió hacia él, y por
un momento, todas sus preocupaciones se desvanecieron. Albert la abrazó con
fuerza, como si no quisiera soltarla nunca. El reencuentro estaba lleno de
emociones; después de todo lo que habían pasado, verse de nuevo era un consuelo
en medio de tanta oscuridad.
—No sabía que vendrías —dijo
Albert, mirándola con cariño, pero también con preocupación—. Este no es un
lugar seguro.
Candy negó con la cabeza,
sin poder evitar sonreír al verlo.
—No podía quedarme sin hacer
nada. Además, necesitamos tu ayuda.
Albert miró a Daniel y
Miranda, quienes se mantenían a cierta distancia, observando el emotivo
reencuentro. Rápidamente, Candy le explicó todo: la pandemia, la persecución de
los periodistas y la situación crítica en la que se encontraban.
Albert escuchó con atención,
asintiendo lentamente.
—Es mucho lo que está en
juego —dijo finalmente, dirigiendo su mirada hacia Daniel y Miranda—. Pero si
hay algo que podemos hacer, lo haremos. Aquí nadie debe enfrentar el peligro
solo.
El campamento médico se
convirtió en su nuevo hogar temporal. Candy, Daniel y Miranda se quedaron allí,
ayudando en lo que podían mientras trataban de mantenerse alejados de las
autoridades. Durante los días que siguieron, la relación entre los tres era
bastante profunda. Candy se sentía más cercana a Daniel con cada conversación,
con cada mirada intercambiada. Aunque su prioridad seguía siendo ayudar a los
demás y encontrar una manera de salvar vidas, en lo más profundo de su ser,
empezaba a sentir algo diferente, algo que crecía con cada día que pasaban
juntos.
Sin embargo, las palabras
nunca salían. Era solo un sentimiento sutil, escondido entre las líneas de sus
conversaciones y los silencios compartidos. Tal vez, pensaba Candy, ese no era
el momento de pensar en ello. Había demasiado en juego.
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